martes, julio 11, 2006

Temperatura



Los seres humanos utilizamos la función fática del lenguaje para establecer ciertos niveles de comunicación afines con los de quién viaja con nosotros en un ascensor, en el asiento de al lado en el autobús o quién espera justo detrás de nosotros en la cola del INEM. El mejor y más claro ejemplo de esta función fática es el tiempo, el metereológico, quiero decir. A quién no le han dicho alguna vez eso de: "hay que ver qué loco está el tiempo" o "que tarde más desapacible se ha puesto" o "pues parece que al final va a abrir". En fin, que hay mil ejemplos. El insoportable calor que (valga la no-redundancia) soportamos estos días en el centro peninsular puede cumplir perfectamente esta función fática de la que hablo. Tíos, os juro que me turro...


"Escuela de calor" de Radio Futura

Radio Futura es uno de mis grupos preferidos de la década de los 80. No me ha gustado esa vuelta a la actividad de los Auserón en los últimos tiempos (otra reunión sin sentido y sin interés alguno, y van ya...), pero está claro que quién tuvo retuvo. En una década marcada por la pasión musical de hacer música por el simple hecho de hacerla, Radio Futura se movió en los límites de lo provocador y lo estúpido con magistral equilibrio.

En una ciudad, Madrid, que se diluía entre el "preciosismo" de Los Secretos y sus vidrios mojados, y la "esquizofrenia" de Fabio Mcnamara and friends -Almodovar incluído-, ellos entregaron tres canciones enormes que conforman su gran trilogía inconexa y versatil: "Enamorado de la moda juvenil" (Música moderna, 1980) "La estauta del jardín botánico" (La ley del desierto, La ley del mar, 1984) y ésta, "Escuela de calor" ( La ley del desierto, La ley del mar, 1984), tardía y muy, pero que muy, gráfica.

Ésta, que habla de los peligros del sol, y los que no son del sol, del amor, del sexo, de la juventud maldita, de las drogas y de los malos modos de los porteros de discoteca (visionarios del nuevo milenio), es la que más pega hoy para adornar el Cuaderno de Escuchas.









Lo dicho, me turro (o me derrito).